El ajedrez y la vida
Se encontraron frente a frente. El hombre, con ventaja de un movimiento, las blancas; la vida, con aquella tranquilidad que otorga el saberse poseedora de todo el tiempo del mundo, las negras. El despuntar del día da inicio a la batalla, con el cielo infinito como testigo. La partida da comienzo. Los soldados de ambos bandos se apresuran a tomar posiciones, cuerpo con cuerpo. Se estudian mutuamente. Las primeras líneas son ocupadas con una rapidez voraz. Es hora de llamar a la artillería pesada. La caballería oye la llamada, abandona su posición segura y acude al combate. Sendos caballos se apresuran a ocupar casillas estratégicas. La retaguardia está cubierta. Los soldados avanzan con seguridad. No hay temor alguno en sus miradas. Resuenan las voces de los reyes dando órdenes. Los elefantes salen a escena, apoderándose de las diagonales. La tensión va en aumento. El silencio se derrama sobre el tablero como un líquido espeso. Un movimiento erróneo puede costarle la vida al rey. Es tiempo de reflexión.
Los ojos del rey blanco centellean; su mirada tiene un brillo triunfante. Ordena a sus hombres con decisión; no existe la duda. La tensión llega a su cenit y los soldados pasan a la acción. El tablero desaparece; ahora sólo importa una casilla. El soldado blanco hunde la punta de su lanza en el pecho del soldado negro. Gotas oscuras se derraman por el tablero como lágrimas de Dios. El soldado blanco, con la sangre del enemigo aún fresca entre sus manos, siente el frío acero de la espada del caballero negro en su cuello. Su cabeza sin vida yace a los pies de su verdugo, anunciando el comienzo de una oleada de muerte y venganza.
El rey blanco asiente con satisfacción. Piensa que le ha tendido una trampa a su rival, pero la vida es una jugadora experimentada. El rey negro esboza una sonrisa. Una flecha dorada atraviesa el tablero hasta impactar en el corazón del caballero blanco. El rostro del alfil permanece impasible ante la muerte. El rey negro asiente. Los cuerpos sin vida se acumulan en montañas. No hay tiempo para lamentos.
El rey blanco se oculta rápidamente tras su guardia real. El rey negro ordena también el enroque. Las reinas se miran a los ojos. Es la hora de la verdad; el todo por el todo.
La reina blanca se desliza hacia el terreno de combate con perfecta elegancia. El rey negro la observa seguro desde su fortaleza inexpugnable, apenas a unos pasos de distancia. La reina negra se mueve con precisión, atacando el flanco que protegía antes la reina blanca. El alfil blanco se suma al ataque, apuntando su afilada flecha en dirección a la fortaleza negra. El soldado blanco espera su muerte con resignación; no hay temor en su mirada. La reina negra se sitúa delante. La respiración del soldado se detiene. La reina se acerca y roza sus labios con delicadeza. Donde antes reposaba la cabeza del soldado ahora sólo queda un cráneo níveo. El efecto se extiende por todo el cuerpo, devorando su piel con avidez. Un conjunto de huesos impolutos descansan en la casilla del soldado. “Cuestión de prioridades”, piensa el rey blanco en su interior.
El caballero blanco asiente y blande su espada contra un soldado de la guardia del rey enemigo, que cae de rodillas decapitado. El rey negro levanta el cetro y toca con la punta la cabeza del caballero blanco, transformándolo en una bola de fuego. Las llamas devoran cada parte de su cuerpo en un silencio ahogado. La reina blanca da un paso adelante. “Jaque”, pronuncia con voz sepulcral. El rey negro se apresura a huir de inmediato. La torre blanca emerge de las profundidades de su guarida. El rey negro ordena a sus arqueros tomar posiciones. Los soldados blancos se adelantan hacia la fortaleza negra con determinación. La reina negra está aislada de sus hombres; es un cañón sin munición. Captura el alfil blanco llena de ira. El rey blanco no da marcha atrás. “El triunfo exige sacrificios”, exclama. Los blancos hacen un recuento de bajas; tienen el batallón mermado pero no se detendrán ante nada. Cine de Calidad gratis
La montaña de roca blanca se mueve, embistiendo al arquero negro con la fuerza de un huracán. El arquero se desmorona al instante, incapaz de soportar semejante fuerza sobrehumana. El soldado negro venga la muerte de su compañero sin vacilar.
No hay sentimientos por parte de ningún bando, tan sólo acatamiento de órdenes. Son elecciones y las elecciones determinan la vida o la muerte.
La reina negra está atrapada. Ejecuta un movimiento exento de lógica, como animal enjaulado sin escapatoria. Camina despacio hasta la montaña de roca blanca que defiende al rey, levanta el dedo índice y de la punta surge un haz de luz plateada que atraviesa el cuerpo de la torre. Mil fragmentos de roca yacen donde antes estaba la montaña blanca. El rey blanco apenas se inmuta, se gira y mira directamente a los ojos fríos de la reina. Hinca una rodilla en el suelo, sujeta la mano de la reina y la besa con suavidad, al tiempo que exclama: “Madame”. Con su cetro traza un círculo oscuro alrededor de su enemiga. A sus pies se abre un abismo infinito y la superficie de la casilla engulle centímetro a centímetro a la reina negra, que mira al frente con estoicismo.
El nuevo balance otorga ventaja a las blancas. La única reina en pie observa el panorama desolador que se alza a sus espaldas. “Es hora de cobrarse el sufrimiento y sacrificio empleados”, exclama el rey blanco, y da la orden final.
La reina levanta la cabeza y camina orgullosa hacia el rey negro. “Jaque”, vuelve a decir. Y una vez más, y otra, y otra más, hasta que el rey negro ya no tiene escapatoria. “Jaque mate” pronuncia, acariciando las palabras con satisfacción. El rey negro saca una pequeña botella de cristal de su bolsillo, bebe hasta la última gota del líquido ámbar que encerraba, cierra los ojos y se desploma al instante. La reina recoge la corona del suelo y la levanta. El rey blanco asiente por última vez. Fin del juego.
El hombre sonríe; ha vencido a la vida. Mañana será otro día, y otra batalla que luchar. Y así lo hará, hasta que la última parte de su ser esté tan exhausta que no pueda sostener ni una pieza del tablero; o de su cuerpo. Entonces no le hará falta beber ningún líquido; la vida es piadosa y enviará a su discípulo Muerte en su búsqueda. La vida es paciente; sabe que tarde o temprano ganará.
El ajedrez y la vida, batallas interminables para el hombre. El ajedrez, miniatura de la vida…
En este post ha colaborado Javier Vargas Caro ([email protected]), el cual nos mandó un e-mail, ya que había visto el artículo de Colaboración.
El ajedrez es como la vida misma
Se encontraron frente a frente. El hombre, con ventaja de un movimiento, las blancas; la vida, con aquella tranquilidad que otorga el saberse poseedora de todo
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2024-10-03
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